INTEGRACIÓN
Ha sido demostrado por numerosos estudios que el influjo de refugiados y migrantes en los países destino conllevan una gran cantidad de beneficios directos e indirectos tanto para la comunidad local como para los migrantes. Para aprovechar y maximizar dichos beneficios hay que canalizar de manera sensata y eficiente las fuerzas sociales y los factores circunstanciales que entran en juego.
Recibir a los migrantes y refugiados supone un costo en infraestructuras y servicios sociales, es cierto, pero hay estudios que indican que los beneficios económicos y fiscales son mayores, compensando con creces en el largo plazo. Además, hay estudios que indican que los países con políticas más restrictivas y con periodos más largos de recepción terminan asumiendo un costo más alto por migrante que aquellos que aceleran su integración en el mercado laboral y los círculos socioculturales.
La integración tiene sentido desde las perspectivas sociales, económicas, históricas y éticas, es por ello que hay que abordar el desafío de establecer un modelo de recepción de migrantes y refugiados conveniente, eficiente y sensato para aprovechar al máximo la coyuntura histórica y responder con solvencia a las necesidades inmediatas que plantea el fenómeno de los refugiados de Siria y otros países.
El lenguaje es sin duda la herramienta más potente y la más imprescindible para una integración plena del refugiado en el país acogida. No solo porque determina su capacidad para desenvolverse cotidianamente en la sociedad de manera útil, sino porque con el lenguaje se transmite la manera de entender el mundo en su nuevo entorno.
El primer y más importante obstáculo al que se enfrenta un migrante o un refugiado en el país de acogida es la barrera idiomática. Poco importa su preparación académica, su experiencia laboral o incluso su buena disposición, si no es capaz de superar esa barrera con un nivel de competencia mínimo, está condenado a la marginalidad al no poder acceder a empleos de calidad o a servicios básicos mínimos.
Frente a la radicalización de posturas opuestas y los conflictos que de ellas emanan la solución más sensata es buscar las semejanzas en el modo de entender la vida y a partir de esas semejanzas construir una postura en común. Solo así se puede remediar de manera concluyente el conflicto social que subyace a la inmigración. Son estos medios, y no la fuerza, los que hay que perseguir y fomentar.
Para ello es imprescindible establecer un modelo de plena integración porque solo a través de un arraigado sentimiento de pertenencia a la comunidad se puede renunciar al prejuicio externo. Debe producirse una doble asimilación, el individuo debe asimilar las tradiciones del nuevo entorno y el nuevo entorno debe asimilar al individuo como un miembro cualquiera y productivo de la sociedad.
Así y solo así podremos dejar atrás el recelo mutuo y el rencor entre nativos y migrantes que es el caldo de cultivo latente para conflictos y tragedias. Hay que ser plenamente conscientes de esto y orientar nuestros esfuerzos en esta dirección.